Aunque ciertamente pase inadvertido, cientos de miles de usuarios de todas las edades se movilizan a diario a través del transporte vertical. La probabilidad de los riesgos de subir y bajar en esos medios guarda proporción directa con la responsabilidad inexcusable de reducirlos a través de acciones preventivas y, llegado el caso, correctivas, sin margen para la indolencia.
Destinatarios del servicio, los pasajeros deberían encontrar en los ascensores un elemento funcional a sus necesidades de traslados, confort en las prestaciones y, sobre todo, seguridad. O, para decir lo menos, todas las garantías normativas y técnicas de modo de estar a reguardo de incidentes desventurados y accidentes fatales.